Jesús una vez le enseño a sus discípulos el alto valor de toda palabra que dijeran, aún las palabras más necias y sin sentido cobran una importancia inquietante por cuanto nuestro Señor dijo: «de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.» Entonces ¿Cómo podemos vivir de tal manera que nuestras palabras sean agradables a Dios y no nos avergüencen el día de aquel juicio? Tenemos el hábito de hablar sin pensar antes, de catalogar ciertas palabras o dichos como insignificantes, sin valor. La mayor parte del tiempo solo hablamos por «reflejo o por instinto», sin calcular las consecuencias de nuestras palabras porque, después de todo, la sabiduría popular nos dice que «a las palabras se las lleva el viento». Nada más errado, todas son recogidas y guardadas para que las volvamos a escuchar en el momento señalado ¡Gracias a Dios que en Jesús tenemos nuestro modelo para aprender a hablar sabiamente! Y gracias a nuestro Padre Celestial que en su Palabra nos dejó una gran cantidad de recursos espirituales que nos pueden ayudar a cambiar en una tarea tan difícil. En ésta reflexión, el hermano Pablo Gounis nos invita a meditar en lo que su Palabra nos dice al respecto.