Cierto día, la viuda de un miembro del grupo de profetas fue a ver a Eliseo y clamó:
—Mi esposo, quien te servía, ha muerto, y tú sabes cuánto él temía al Señor; pero ahora ha venido un acreedor y me amenaza con llevarse a mis dos hijos como esclavos.
—¿Cómo puedo ayudarte?—preguntó Eliseo—. Dime, ¿qué tienes en tu casa?
—No tengo nada, solo un frasco de aceite de oliva—contestó ella.
Entonces Eliseo le dijo:
—Pídeles a tus amigos y vecinos que te presten todas las jarras vacías que puedan. 4 Luego ve a tu casa con tus hijos y cierra la puerta. Vierte en las jarras el aceite de oliva que tienes en tu frasco y cuando se llenen ponlas a un lado.
Entonces ella hizo lo que se le indicó. Sus hijos le traían las jarras y ella las llenaba una tras otra. ¡Pronto todas las jarras estaban llenas hasta el borde!
—Tráeme otra jarra—le dijo a uno de sus hijos.
—¡Ya no hay más!—le respondió.
Al instante, el aceite de oliva dejó de fluir.
Cuando ella le contó al hombre de Dios lo que había sucedido, él le dijo: «Ahora vende el aceite de oliva y paga tus deudas; tú y tus hijos pueden vivir de lo que sobre».
2 Reyes 4: 1-7