Vivimos en una sociedad en que la obediencia ha perdido completamente su valor. Los niños y adolescentes rebeldes y desobedientes se han vuelto intocables, y para cuando son jóvenes y la justicia los quiere corregir, es demasiado tarde y el problema demasiado gordo y complejo. Vivimos en una sociedad que tiene pánico a la humillación, por eso la gente se adelanta desesperadamente a humillar a otros (bullying, abusos, acoso) antes de recibir humillación ellos mismos. La humanidad de hoy ha cambiado la obediencia por la desobediencia y la humillación por el enaltecimiento y la soberbia. Estos males están afectando gravemente a todo el mundo, y lo preocupante es que también afecta a la Iglesia, pues todos, en alguna manera, huimos de la humillación y por consiguiente nos resistimos a la obediencia a Dios. Porque humillación y obediencia van juntas, no se pueden separar, no se puede obedecer si no se está dispuesto a humillarse.
En ésta reflexión, el hermano Pablo G. nos invita a considerar el ejemplo de nuestro Señor Jesús, quien se «humilló» así mismo «haciéndose obediente». Él nos dejó ejemplo, pero hoy también nos pide seguir ese ejemplo, estar dispuestos a aprender humillación para obtener corazones que se entregan completamente a la obediencia ¡Y Grande es nuestro Dios! Que así como recompensó a Cristo por su humillación y obediencia exaltándole hasta lo más alto, así también nos ofrece preciosas promesas si estamos dispuestos a obedecerle con humildad de corazón.