Un rasgo común en toda la raza humana es el profundo temor al rechazo. Ese miedo tan arraigado en nuestras almas nos mueve a tratar de agradar a quienes nos rodean para recibir aceptación. Pero también hay una característica del hombre que cada vez se hace más fuerte, y es su necesidad de complacer sus propios deseos. Ambas cosas llevan a las personas a dejar por último lo primordial: agradar a Dios.
En éste mensaje, el hermano Pablo nos invita a reflexionar en cómo nuestra tendencia a agradarnos a nosotros mismos y también a otros, puede afectar gravemente nuestra relación con Dios, pero también en cómo nuestra decisión de complacer a Dios hace que el mundo se vuelva en nuestro enemigo. Para agradar a Dios hay que pagar un alto precio, pero su recompensa es mucho mayor que cualquier cosa.